domingo, 10 de noviembre de 2013

RELATO CORTO SOBRE LA MOTO


La preparación.


La preparación es todo un ritual, el día de antes ya puedes sentir ese nudo de los grandes momentos, estás inquieto esperando que no pase nada que me impida salir. Te acuestas nervioso sabiendo que vas a dormir poco, rebuscando en tu memoria, no quieres que se te olvide nada, cualquier pequeño detalle te puede arruinar tú momento.

El despertador suena dentro de tu cabeza antes de que llegue la hora, aún es de noche. Alargas la mano y ves que faltan 10 minutos para la hora que has puesto. Otro día seguirías en la cama, te taparías con la manta, pero la gasolina ya empieza a correr por tus venas, y te levantas sin pensarlo. Lo haces despacio porque al otro lado de la cama está la razón de tu vida. Ella se hace la dormida, también siente que es la hora pero de otra manera, te quiere y no se mueve para que te vayas más tranquilo. Sabes que va a estar en tensión todo el tiempo que estés fuera, sabes que no le gusta, pero también sabes que haría cualquier cosa por ti, y te permite tu rincón de locura tragándose todo lo que siente y no dice.

Está todo ordenado, empiezas a ponerte tu armadura, paso a paso, la misma rutina de otras veces. Pieza a pieza te vas enfundando una coraza que te puede salvar la vida y que te da una apariencia diferente. Ya empiezas a sentirte fuerte, orgulloso, valiente, temerario… te sonríes a ti mismo, la cosa empieza bien piensas, cierras el puño con fuerza, lo miras diciéndote a ti mismo… “soy lo que soy y eso no me lo puede quitar nadie”.

Antes de irte sales al balcón para ver el tiempo, sientes ese escalofrío de la mañana justo antes de salir el sol, y ves a lo lejos esas nubes que prometen lluvia. Te lo piensas pero sabes que es todo fachada, hasta que no veas que cae la primera gota no te lo vas a replantear en serio, otro escalofrío, una sonrisa, te das media vuelta, coges el casco, los guantes y sales de casa.

En pocos minutos llega uno de los mejores momentos del día, ver tu máquina, esperándote, altiva como ella sola, desafiando a los vehículos que la rodean. Pierdes unos segundos mirándola de lejos, quieto, reflexivo. Sabes que no es solo una moto, es tu moto, tienes una relación especial con ella, no sabes porque pero te acercas y le das un toque cariñoso, un susurro “pequeña ya estoy aquí”… una caricia del jinete al corcel que va a montar.

Poco a poco te vas poniendo más en tensión, no puedes ir en moto relajado y lo sabes, tienes que tener un plus de tensión, adrenalina, un adelantarse a los problemas, ver más allá de donde ve un conductor normal. Te crees que eres bueno, rápido, fuerte, pero también sabes que eres inexperto y temerario. Demasiadas cosas en tu cabeza, metes la llave, enciendes, aceleras y sales...



De camino


La carretera es como un imán al que no te puedes resistir, tu movimiento por las estrechas calles de la ciudad hasta llegar a campo abierto solo sirve para provocar las miradas de la gente. El ruido, el cuero, la moto, todo junto te alejan de la gente de a pie. En sus miradas ves respeto y miedo, admiración y asco… no dejas indiferente a nadie que te mire, tú lo sabes y te hace sentir especial, te pones en su lugar siguiendo con la mirar la moto que pasa llevándose la ilusión de un momento efímero.

Las grandes vías solo son un trámite para llegar a donde quiere ir. Adelantando al resto de vehículos ves a lo lejos a un Goliat de la ruta, te acercas serpenteando y te pones a su altura. Bajas la velocidad para pasarlo poco a poco y disfrutar de la inmensidad de sus formas. Eres poco más alto que una de sus ruedas, te provoca admiración y miedo, un movimiento brusco del conductor y se termino todo, es una batalla que no puedes ganar y lo sabes pero te gusta el peligro.

Eres muy ágil y rápido, puede que lo consiguieses esquivas… tienes que probarlos, te mueres por abrir gas y alejarte de esta locura, embrague, bajas marcha, gas a fondo… todo se termino, el camión ya es una sombra en tu retrovisor, te meces entre los coches buscando el mejor sitio, ya la ves, tu salida, la misma de otras veces, sonríen dentro de tu casco. Frenas fuerte y la coges. Ya estas cerca, los músculos te están avisando, ya estás llegando esa lugar que tanto te gusta donde hay de todo menos rectas.


Curva


Poco a poco el paisaje va cambiando, el cielo abierto se llena de ramas furtivas y sombras en el camino. La carretera también cambia, más oscura, más oscura, cada vez más oscura. Denota que es un sitio sin mucho trabajo, donde veras más animales que personas, y eso te gusta.

Va llegando el momento, te dejas llevar por las olas y el viento mientras te preparas y la preparas para el asalto. Suave, muy suave, incrementas el ritmo, hasta que la ves de allí. Tensas las manos sobre el manillar y te preparas para la batalla, ya estáis calientes, todo en su sitio, ruedas, frenos, cuerpo, mente… ha llegado la hora.

Vas más rápido de lo razonable, lo sabes, pero estas solo y el peligro se difumina con la adrenalina. Tomas distancia, calculas velocidad, te empiezas a preparar, sacas el cuerpo, ya no eres tú, eres un piloto, su máquina y trabajas como tal, dejas de pensar y actúas.

Te tiras a la curva, todo perfecto, flotas entre la tierra y el cielo, casi rozas el suelo viendo pasar el asfalto rápido, muy rápido, demasiado rápido, pero no te das cuenta porque ya estás arriba de nuevo. Te preparas para la siguiente, una, dos, tres… un mar de curvas sin fin. Poco a poco vas perdiendo el horizonte, solo ves una curva detrás de otra, el asfalto, esa rama, una mancha, estas en el punto máximo de tensión, dejas de sentir.

La distancia es relativa, para ti ahora solo existe el tiempo, quieres que no se acaben tus fuerzas mientras tengas carretera, pero eso no es posible siempre. Siguiente curva, un poco cansado, te pasas un poco, inclinas más y pasas bien. No te ha gustado, demasiado cerca, aflojas un poco y vuelves a tener el control, poco a poco vas relajando el ritmo hasta que llegas al sincronismo perfecto, siente que eres uno con la máquina, que podrías seguir y seguir, es tu ritmo ideal, no sabes cómo conseguirlo pero en cuanto lo coges lo reconoces.

Hay momentos en los que te sientes libre, y este es uno de ellos, moviendo todo el cuerpo, reaccionando por instinto. Paso a paso la carretera de va aclarando, el sol vuelve a lucir fuerte y ya puedes ver la meta. Te relajas del todo, estas cansado, bastante cansado porque lo has dado todo, las últimas curvas son para coger aliento y grabarte en la memoria lo vivido, cada detalle es importante porque no estás solo, y si hay algo igual de importante que vivirlo es poder contarlo.


Resaca


Miras tu maquina mientras te acoplas al nuevo ritmo, es grande entre tu piernas, la sientes cálida y fría. Sacas la mano del manillar y acaricias el depósito. No le dices nada porque no te escucha, pero le das las gracias por haberte llevado como ella solo sabe.

Llegas, con cuidado miras alrededor, buscas un sitio seguro para los dos, paras y te bajas. Allí están ellos, jinetes que conoces bien, compañeros de destino a los que quieres y que os une algo inexplicable. Todos tienen una sonrisa en la cara, esa mirada perdida que se queda cuando vuelves a la realidad después de flotar sobre ella.

Saludas, abrazar, reprochas… con ellos te juegas la vida, todos lo saben y esto os da un nexo de unión que no se rompe fácilmente. Descansar, coger fuerzas porque habrá más, siempre se quiere más, es un sin vivir porque cuando has estado allí quiere volver, necesitas volver, te mueres por volver… Te imaginas una recta sin final, tú y tu moto, gas a fondo, sin final ni principio, vuelves a sentir la tensión de la manos, el olor a gasolina… te dejas llevar porque ya sabes a donde lleva, y que es lo que necitas para vivir.

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